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El pasado 24 de agosto se cumplieron 120 años del nacimiento del mayor escritor argentino. La fecha es una buena excusa para seguir
explorando los horizontes, acaso más insospechados, de su obra indeleble. ¿Es
posible identificar una premonición de internet en los cuentos de Borges? ¿Tiene
algo para decirnos acerca del mundo de la web, los links y el hipertexto?
Por Matías De Rose
No es novedad afirmar que el autor de “El Aleph” empleaba preceptos filosóficos con
argumentos literarios y ficticios, para entonces intervenir en la realidad con
un rigor que lo ubica en un rol premonitorio. En efecto, este artículo se
empeñará en discutir las formas en que los medios de comunicación representan
lo real y la relación entre el individuo y el conocimiento, sobre la base de
algunos de sus relatos más perdurables que invitan a pensar dilemas filosóficos
de una vigencia llamativa.
Espejos y laberintos
Cinco décadas antes que estallara
la revolución del mundo virtual y lejos del auge de las tecnologías emergentes,
Borges imaginaba en “El jardín de los senderos que se bifurcan” un mundo
totalmente compatible con la explosión masiva de internet, el hipertexto, el
link y la hipermedia. Nos presenta un universo que bien podría ser una
prefiguración de la arquitectura de la red; un mundo ficticio donde, no
obstante, subyacen distintas problemáticas vinculadas al conocimiento y el
lenguaje como espejo y vehículo de “lo real”.
En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (“Ficciones”, 1944), el hilo conductor de
la lectura está ubicado en la primera oración: “Debo a la conjunción de un
espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar”. El espejo multiplica al mundo y lo deforma, sostenía Borges.
Y esa distinción sujeto/objeto plantea serios interrogantes para cualquier
corriente filosófica, ya sea racionalista o empirista.
Como en la infinita Biblioteca de
Babel, la idea de una enciclopedia total que relacionamos inexorablemente con
una gran Wikipedia, nos hace también pensar en términos platónicos sobre la
hiperconectividad y los medios de comunicación convergentes en su afán de
reproducir la realidad. Y aquí volvemos al dilema sobre el lenguaje, la
objetividad, la verdad y la transmisión de realidades: el espejo multiplica al
mundo y lo deforma.
La clásica idea platónica de lo
doble y los dos mundos (uno real y otro de ficción), afirma que el mundo
sensible es una copia del mundo ideal. Así, la premisa berkeleyana “ser es ser
percibido” que el escritor pretendía rescatar, deviene en “ser es ser
publicado”: la verdad es lo que el medio muestra. Pero no se detiene sólo en
este aspecto y, sobre el final del cuento, muestra un fenómeno desconcertante:
objetos del irreal Tlön se materializan en el mundo real, a tal punto que estos
elementos parecen indistinguibles entre sí.
Borges, el posthumanista
Diversos estudios de la
literatura coinciden en afirmar que este gran pensador argentino fue una suerte
de “anticipador” de internet, como lo definen Perla Sassón Henry en su libro
Borges 2.0 y Dante Augusto Palma en su ensayo Borges.com. En su análisis, Sassón
Henry sostiene que los cuentos de Borges (incluyendo a “Rayuela”, de Julio
Cortázar) utilizan como recurso la posibilidad de construir múltiples
historias, anticipándose a lo que hoy conocemos como el hipertexto y los links
(desafiando a la linealidad y secuencialidad del relato) y la hipermedia (un
complemento que integra recursos de audio y video al texto escrito). En su
conjunto, configuran un género que la autora define como hiperficción y que ubicaría
a la obra del argentino en el campo del posthumanismo.
Estos laberintos borgeanos, que el
filólogo italiano Umberto Eco describió como aquellos que no tienen centro ni
costados ni adelante ni atrás, parecen una de las características fundamentales
de internet: la descentralización. La red está en todos lados y en ninguno. La
información circula, no sabemos desde dónde ni hacia dónde.
Desde luego, Borges intuía la
necesidad de colocar al lector como participante activo de la obra y advierte
las abominables consecuencias de introducirse en esos laberintos rizomáticos. Encierra
en la paradoja de Irineo Funes (el memorioso), que por recordar absolutamente
todo no podía pensar, la mejor metáfora distópica sobre cómo el exceso de
información desjerarquizada (¿fake news?)
y la compulsión por el detalle banal y frívolo impiden la capacidad de
abstracción y conocimiento.