Servía tragos envasados en pócimas viejas.
El amor tras rejas era emblema de sus ritos,
su juego favorito: el anhelo de una vida nueva.
En sólo una semana aprendí que todo se renueva,
incluso la desilusión hermana
que en pequeñas dosis de crisis emana de su estela,
dejando séquitos de lágrimas vencidas.
Sus palabras erguidas
fueron prohibidas en su secta,
profanas líneas rectas sugerían
cambios en su vida.
Tenía en su cuerpo tatuado,
tachados los nombres de amores pasados.
Fui anécdota, segundos, cenizas, sólo un párrafo;
inútiles intentos de quedar en la historia.
Pero a su memoria volvieron los fantasmas
que sin sábanas atormentaban a cara descubierta.
No podía ser perfecta, pensé al principio,
pero antes de tiempo ella apretó el gatillo primero.
Esa mujer cruel que no cambia la piel ni el deseo,
que no atraviesa el viento paralizada en el tiempo,
me dijo en un texto que estaba angustiada,
colapsada por las penumbras caras del recuerdo.
Así fue que me dijo: no te metas en ésto;
y seguí el consejo por respeto,
fui prudente y circunspecto
pero la paciencia es corta.
Igual no me arrepiento, no me queda otra.
Por eso decidí llevarle la contra:
voy a hacerla inmortal con canciones
hasta que enfrente sus temores
y sepa que en alguien ella importa.
Matías De Rose