Por Matías De Rose
Durante
gran parte de su obra, Woody Allen retrató a la ciudad de Nueva York
a través de sus historias: las personas y sus complejas
interrelaciones. ¿Hay mejor manera de darle voz a un lugar que
haciendo hablar a sus habitantes? En definitiva, la identidad de
cualquier sitio es determinada por su historia pero también por su
gente y sus costumbres. Con todo el respeto que merecen este genio
del cine y su musa, yo no voy a pretender contarles la historia de
ningún hipocondríaco inseguro de sí mismo ni algún misterioso
asesinato en la ciudad. Pero sí creo que, mucho más modesto, el
barrio de Olivos en la zona norte del Gran Buenos Aires, tiene
historias que, como las de Alvy Singer o Isaac Davis,
merecen un protagonismo especial.
Olivos,
que tiene una superficie aproximada de 7,7 kilómetros cuadrados, es
el barrio más antiguo y más poblado del partido de Vicente López,
con cerca de 85 mil habitantes. Su historia se remonta al 19 de
febrero de 1770, fecha que figura en el acta del Cabildo de la Ciudad
de Buenos Aires y que registra el primer nombre que recibió la zona:
Paraje de los Olivos, debido a los árboles de olivos que había
plantado en la zona el capitán español Domingo de Acassuso, los
cuales facilitaban la identificación del barrio en las cartografías.
Una franja en la periferia norte del Río de la Plata que se dividía
entre las grandes concesiones de lotes y la construcción de un
muelle, una catedral y una plaza que el día de hoy son un emblema
viviente. Al poco tiempo, se asentarán en la zona -según el censo
de 1815- 45 familias de labradores, tres pulperos y un panadero.
Con
el correr de los años, el barrio fue cambiando de nombre: lo
llamaron “Pueblo Mitre” o “Mitre de los Olivos”, hasta el 22
de junio de 1863, fecha en la que se celebra oficialmente el
nacimiento de Olivos por motivo de la llegada del Ferrocarril del
Norte. El primer objetivo del ramal ferroviario era transportar la
producción de las huertas hacia la ciudad .
Con
el tren llegó el telégrafo, las comunicaciones y cada vez más
familias que querían poblar estas tierras.
Para
muchos, este es un barrio para pasar los fines de semana y disfrutar
de las tardes de sol en el río, donde cualquier domingo se amontonan
familias y aficionados al deporte. En Barrio Golf -una de las seis
divisiones de la localidad, además de Olivos Bajo, Roche, Center,
Loma de Roca y Barrio Gándara- hay un promedio de diez colillas de
cigarrillos por cuadra tiradas en la acera antes de que el barrendero
las recoja cada mañana. Recibe ese nombre en referencia a un remoto
campo de golf que ocupaba todo este terreno. Mi casa, según los más
antiguos, está edificada exactamente donde el juego llegaba a su
fin: el hoyo número 18.
En
la avenida Maipú, la principal del barrio pero que también
atraviesa a las localidades de Martínez, La Lucila y Vicente López,
me encuentro con comercios para todo antojo: cientos de locales de
indumentaria, casas de tatuajes, salas de ensayo, comiquerías, sex
shop...
Además hay un perímetro de bares y discoteques que, durante las
noches de fines de semana, se inunda de jóvenes en busca de nuevas
aventuras. También está la quinta presidencial. Para la mayoría
del país acá vive el Presidente de turno, pero para los olivenses
este es un lugar para trotar o iniciar largas charlas en caminatas
alrededor de la manzana.
Muy
cerca de ahí está la Biblioteca Popular de Olivos, donde puedo oír
a algunos hablar sobre las hermanas Ocampo o los tesoros ocultos de
Miguel de Cervantes. Otros pocos en un rincón hablan sobre el olor
polvoriento de las páginas de los libros. Hay reconocidos periódicos
zonales que cada tanto recuerdan el aniversario de un barrio o traen
el recuerdo de “Minguito”, Sergio Goycochea o Carlos Robledo
Puch, personajes del humor, el deporte y el crimen que se
transformaron en figuras célebres de Olivos.
La
gran atracción del vecindario es el famoso “viejo paloma”, un
hombre que desde hace unos diez años coloca pan mojado en su cabeza
y le da de comer a varias palomas que ya son como su familia. Podría
ser lo más impactante de Olivos, si no fuera por un indigente que,
vaya a saber uno desde hace cuánto, transita como un alma en pena a
lo largo de la calle Ricardo Gutiérrez con idéntica vestimenta,
barba y peinado todos los días. A veces lo veo por la mañana,
siempre cerca de las siete, con el mismo aspecto desde hace diez
años. Los vecinos más antiguos afirman que la cantidad de tiempo
es, por lo menos, el doble. Entre tantas conjeturas, lo cierto es que
nadie sabe nada de este vagabundo errante.
Nadie.
Garitas
de seguridad en casi todas las esquinas, el Equipo de Soluciones
Rápidas, más de trescientas cámaras de seguridad repartidas por el
barrio, la Comisaría número 1 y un aumento de patrulleros
dependientes de la municipalidad. Con esto podría afirmarse que casi
no hay índices de delito en el barrio, pero ésto no es así. Cada
tanto se oyen noticias de asaltos en las casas que ostentan mayor
nivel económico, o boquetes que un grupo de okupas hacen en casas
abandonadas para establecerse en nuevas viviendas. Muy cerca de estas
tranquilas cuadras está la villa Borges. De ahí presumen los
vecinos que salen los que delinquen; la verdad es que a veces suele
ser gente de traje o uniforme. Yo soy testigo de que el narcotráfico
es corriente en esas calles apenas asfaltadas, donde punteros y
policías conviven en un perfecto matrimonio comercial.
En
Olivos hay clubes deportivos, escuelas públicas, hospitales,
conservatorios de música, centros culturales, la Sociedad
Cosmopolita de Socorros Mutuos y un club náutico. Desde los '30, en
la denominada década infame, afloraron exponentes de la Unión
Cívica Radical (UCR) en el barrio, transformándolo en una trinchera
del partido. El día de hoy el panorama es más diverso. Hay sedes de
la UCR pero también del Partido Justicialista y de las más variadas
militancias de todos los partidos y corrientes políticas. El
municipio había estado gobernado, los último 20 años, por Enrique
García, un autodefinido “peronista de Perón”, que también fue
peronista de Carlos Ménem, de Fernando De La Rua y de Néstor y
Cristina Kirchner. Ahora, los olivenses decidieron depositar su
confianza para la intendencia en Jorge Macri, un peronista del PRO.
Podría
decirse que el lugar más bohéme
del
barrio es el emblemático Cine
Teatro York. En
su historia pasaron ciclos de grandes actores y directores, vecinos
de distintas generaciones; fue salón de fiestas y albergó toda
clase de actividades culturales. Actualmente se difunde el cine y el
teatro independiente.
También
ofrecen espectáculos musicales, como sinfónicas de Bach y Mozart o
festivales latinoamericanos de cello y violoncello. Allí, los
amantes de la música van a debatir sobre las influencias de Claude
Debussy en las composiciones de Tom Jobim o la filosofía ecuménica
de Enrique Santos Discépolo.
Los
domingos suelo despertarme con el anuncio de la llegada del afilador
en su bicicleta, que con su armónica de plástico despierta a media
cuadra. O los fletes de compra y venta de segunda mano que con su
megáfono revolucionan las casas de quienes ven en ellos una
oportunidad de deshacerse de todo lo que haya en su desván.
Olivos
es como Nueva York. Hay ricos, y también pobres; famosos y
criminales; policías corruptos; bohemios, almas en pena y viejos
paloma. The
Big Apple en
el sur del mundo. Sin embargo, no hay un Woody Allen, ni siquiera el
más ignoto de los cronistas, que destierre a este sitio de su
identidad más preciada: el anonimato. Por eso me gusta imaginar que
vuelvo al pasado. Que todo este verde se queda en el tiempo, donde el
barrio no pierde su melancólica tranquilidad. Que todavía vivo en
el hoyo 18, el lugar preciso donde todo se termina.
Y
vuelve a empezar.