Por Matías De Rose, desde Brasil
Material fotográfico: Milo Uriburu
En
1933, el escritor argentino Roberto Arlt editaba una de sus piezas
periodísticas más perdurables: las Aguafuertes
porteñas,
un
conjunto de artículos literarios publicados en Buenos Aires por la
editorial Victoria
y reproducidos alternativamente por la revista Proa
y
el diario
El Mundo de
España.
El
origen del título tiene parentesco pictórico y se refiere a las
pequeñas estampas grabadas sobre cobre y zinc que alcanzaron gran
difusión en la época de Durero
y
Rembrandt,
en la de Goya
y
en la de los expresionistas alemanes. Arlt tiene la intención de
mostrar una realidad fragmentada y de reproducir, a modo fotográfico,
un momento concreto.
Tres años antes, el autor de Los siete locos ya había ensayado una primera aproximación con las Aguafuertes cariocas, una serie de cuarenta textos escritos en Río de Janeiro que pasó inadvertida y que tomó estado inédito. En esta reimpresión actualizada por Puntos de Vista, desplegaremos toda la utilería visual y la parafernalia de una sociedad extrañamente taciturna, convulsionada por la llegada de un mundial de fútbol que no fue deseado.
Tres años antes, el autor de Los siete locos ya había ensayado una primera aproximación con las Aguafuertes cariocas, una serie de cuarenta textos escritos en Río de Janeiro que pasó inadvertida y que tomó estado inédito. En esta reimpresión actualizada por Puntos de Vista, desplegaremos toda la utilería visual y la parafernalia de una sociedad extrañamente taciturna, convulsionada por la llegada de un mundial de fútbol que no fue deseado.
En Sana suele desaparecer el tiempo.
Ya nadie usa reloj y a veces ni siquiera teléfonos celulares. Hay
días de clima impredecible, y hay sombras gigantes en la noche que
cubren la inmensidad del Alto da Gloria, un cerro de
novecientos metros de altura sobre el nivel del mar. El ritmo aquí
es diferente; nadie anda con apuros. Cuando escampa durante la mañana
se trabaja en los ranchos y en las huertas. Hay senderos sinuosos que
achican el camino vertiginosamente entre la piedra y el precipicio
que se estira largamente hacia la profundidad del mato turbio. En el
Refugio da montanha, las casas se pierden en el espesor húmedo
de las nubes que abrazan la cima de esta roca.
Al norte de la ciudad de Río de
Janeiro, alejado de la vorágine mundialista, Sana cuenta dieciséis
años de vida. La policía civil llegó hace apenas dos años y el
trabajo de la prefeitura no asciende a estos rumbos de tierra
arcillosa. Los pocos moradores que hay en Alto da Gloria,
antiguos ciudadanos urbanos, están aún construyendo sus chozas en
lotes de tierra virgen que le compraron a sus viejos dueños sobre
los últimos metros del morro. Esto genera un sentido de comunidad
que funciona con cierta practicidad. Es costumbre que los vecinos
colaboren entre sí para terminar de construir sus viviendas o
arreglar caminos. A cambio, el que solicite la mano de obra le
retribuye el gesto al grupo con una típica feijoada para después de
la jornada de trabajo. "Gentileza gera gentileza",
es el mandamiento: un lema popularizado en los '80 por el predicador
urbano carioca José Datrino.
Betão vive aquí hace dos años con su mujer y una preciosa hijita de nueve meses. Él es la imagen casi prototípica del hombre que vive en Sana. Es un tipo extremadamente tranquilo y agradable. También un incansable trabajador de manos curtidas. Culebrea por los caminos que él mismo abrió a machetazos para descender del morro. Sube tejas, maderas, cañas de bambú y troncos de palmera coquera a cuestas de su menudo torso. Betão es un individuo crítico a todo lo que alguna vez rodeó su vida. Recuerda con pesar su paso por la escuela nacional, la más importante de Brasil, donde lo echaron por teñir su larga melena crespa de color azul.
Una tarde vimos juntos un partido de
Brasil por televisión. El nivel de juego no fue para nada bueno,
pero Brasil finalmente ganó y ni siquiera eso, ni los goles, lo
mueven de su sillón. No es que no le interese el fútbol, puede
hablar varios minutos de su equipo Fluminense, o analizar el presente
del fútbol internacional. Aún así, el mundial parece no
distraerlo. Mientras acomoda sus ahumados lentes, se entretiene con
el tabaco que arma en sus papelillos, y descarga con suspicacia:
"Para organizar el mundial aquí, la FIFA le dio a nuestra
administración un bola gigante de dinero que finalmente no alcanzó
para cubrir todas las necesidades para ser anfitriones. No me
interesa torcer por ese juego".
Casimiro de Abreu es la ciudad más
cercana. Es un pueblito de aparente tranquilidad con irrisorias
dotaciones de policías militares en las calles. Las personas tienen
una buena predisposición y una cierta calidez para con el forastero
-ésta es una impresión general en Brasil, no sólo aquí-. Macaé,
a sesenta kilómetros de distancia, es la jurisdiccion municipal de
Sana. Le llaman la capital nacional del petróleo y combina sus ruas
urbanas con una importante cantidad de favelas, un barrio industrial
y un centro comercial que termina en una caleta de pescadores junto
al mar. En una panadería del barrio, un oficial de la policía grita
el gol que Camerún le marca a Brasil, contagiando a varios en sus
mesas.
Los días que juega el “Scratch”, el país se paraliza. Pude comprobarlo en playa Tartaruga, en la península de Búzios, la tarde que Brasil venció agónicamente a Chile desde el punto penal. “Bebeto”, un negrito de veintitantos años con la camiseta del crack brasileño, casi que adivina las jugadas que emite con transferencia el pequeño televisor de la barraca Bar Do Peixe. Una vez clasificados a cuartos de final, la tensa calma cede ante el color habitual de la playa. “El Ruso”, dueño del boliche, raya la mesa de madera con la punta filosa de su cuchilla. Se lo nota, como después reconocerá, decepcionado por el nivel de la verdeamarella.
Armaçao dos Búzios es una esfera de consumismo, con un paupérrimo circuito cultural que se ve coartado por la burocracia y las autoridades municipales. Aquí, como en diversos destinos de del país, se llega mediante agotadoras combinaciones de autobuses y vans. O Perú molhado, el periódico local, reconoce con pesimismo: “Copa do Mundo de Búzios: Nao era bem isso que estávamos esperando, mas é melhor que nada”, en referencia a la escasa cantidad de turistas arribados durante los últimos meses. Este balneario se popularizó a partir de 1964, cuando la estrella de cine francesa Brigitte Bardot visitó la península para escapar de las cámaras y reporteros gráficos. En la costanera, llamada Orla Bardot, hay una estatua dedicada a ella, siendo lo más representativo del lugar. Ya nadie recuerda que en estos puertos desembarcaban esclavos africanos a cambio de indios Tupinambás que eran esclavizados por los franceses en épocas de colonización portuguesa. De esta manera, ocultan la historia negra de Brasil bajo el mármol.
Triste carnaval
El día de la final entre Argentina y Alemania, el sambódromo de Río de Janeiro permanecía -al igual que las calles- atestado de argentinos que cruzaron la frontera desde varios puntos del país. La copa parecía estar en manos del capitán Leo Messi antes del pitido inicial, pero en frente estaba, otra vez, la dura Alemania. 1-0 a cinco minutos del final de la prórroga y el carnaval se tiñó de gris: llantos, insultos, desesperación y las sillas que empezaron a volar sobre nuestras cabezas en la playa Copacabana. Un grupo de brasileños no respetó el duelo de la irrespetuosa concurrencia albiceleste, que durante los días previos había explotado todo su repertorio chovinista contra los locales. Fue entonces cuando el festejo se confundió con el caos; un numeroso personal de la policía militar, fuerza acostumbrada a dispersar manifestantes con el uso y abuso de la violencia, no escatimó en palear a macanazos a un joven que estaba en medio de la colisión. Los gases lacrimógenos y las balas de goma llovían sobre los violentos, pero también sobre la prensa, las mujeres y algunas familias con niños pequeños. De pronto, Brasil, con el mundial ya a cuestas, levantó nuevamente el escenario de las protestas. Un grupo de activistas desplegó sus pancartas en frente de la dotación armada. “Welcome to world cup 2014”, rezaba con ironía el texto de una de las banderas.
Volviendo a la Praça
da Apoteose en el metro, los
torcedores brasileños nos hicieron sentir el rigor de la derrota,
rodeando nuestra columna y hostilizándonos como si fuéramos un
ejército que vuelve capitulado de la guerra. Para nuestro asombro,
en las calles cercanas al sambódromo, las familias en las favelas
fueron la excepción. Nos aplaudían al grito de “¡Vamos
Argentina!”, demostrándonos que en algún lugar aún había un
espíritu de decencia.
A la mañana siguiente, las portadas
de los periódicos celebraban la derrota argentina. El vendedor del
kiosco, un hombre canoso con barba de una semana, se muestra contento
por el fin de este mundial: “Ahora Brasil se las va a tener que ver
con su gente”. El próximo desafío de este pueblo será las
elecciones presidenciales de octubre.
Mundial FIFA: ¿Realidad o ficción?
No es apresurado afirmar que la FIFA es uno de los organismos más corruptos en el planeta, pero cierto es que el modelo que implementó ya forma parte de un nuevo mecanismo de colonización comercial de gran protagonismo en el engranaje del capitalismo financiero, y que los estados participantes avalan en pos de la mercantilización del fútbol, con el marketing y la publicidad que invitan a todo el mundo a participar del big bussines. Para este año, el modelo FIFA encontró acogida en la séptima economía mundial. El parlamento brasileño había aprobado la denominada “Ley General de la Copa del Mundo 2014” que, entre otras cosas, estipuló la creación de un área de restricción comercial donde monopólicamente se vendieron los productos de los auspiciantes de la FIFA. Del deporte, ya poco queda...
Y así como cada país tuvo una connotación particular en la organización de un mundial, en el caso de Brasil podemos afirmar que fue el mundial más conflictivo en términos sociales. No es que haya existido una fiebre antimundialista, pero sucede que los requerimientos del modelo FIFA desnudaron una serie de postergaciones en Brasil que despabilaron a cierta parte de los sectores populares y la clase media. No toleraron que no se priorizara la construcción de más escuelas y hospitales, tener un mejor transporte público, urbanizar las favelas y buscar las maneras más eficientes para combatir la enorme desigualdad social que crece como bananeros en los morros. Esta no es "la otra cara" del mundial; simplemente es su verdadera cara.
Y así como cada país tuvo una connotación particular en la organización de un mundial, en el caso de Brasil podemos afirmar que fue el mundial más conflictivo en términos sociales. No es que haya existido una fiebre antimundialista, pero sucede que los requerimientos del modelo FIFA desnudaron una serie de postergaciones en Brasil que despabilaron a cierta parte de los sectores populares y la clase media. No toleraron que no se priorizara la construcción de más escuelas y hospitales, tener un mejor transporte público, urbanizar las favelas y buscar las maneras más eficientes para combatir la enorme desigualdad social que crece como bananeros en los morros. Esta no es "la otra cara" del mundial; simplemente es su verdadera cara.
Entonces: ¿Es cierto que el mundial de fútbol nos une?, definitivamente no. El efecto más preponderante en este sentido es el que producen los medios de comunicación, generalmente televisivos, que insisten, cada dos o cuatro años, en mostrarnos la cara más soez del patrioterismo, la xenofobia, el racismo y el machismo que se traduce en gran parte de la afición futbolera. Por otro lado, la idea de la representatividad de una nación, con todas las complejidades que tiene una sociedad, no puede -ni debería- ser ejercida por una selección de jugadores de fútbol. Lo que se genera, en definitiva, es un sentimiento de pertenencia colectiva: tenemos nuestros colores, nuestros héroes; somos nosotros quienes ganamos; quienes podemos entrar en la historia. Todos nosotros, en la primera persona del plural.
Enfocándonos en la exultante tribuna
argentina (el mejor ejemplo de esta tesis), lo único representativo
en los habitantes de su nación es la figura del hincha, que con su
comportamiento expresa una tendencia emotiva y sociológica como
ninguna otra en el mundo. El fervoroso torcedor que alienta con su
literatura folclórica al equipo, es un reflejo voluble del hombre en
sociedad. Tomando reflexiones del sociólogo argentino Pablo
Alabarces, la euforia y el sentimiento de unidad nacional que ofrece
el fútbol, se desvanece "24 horas después del mundial".
Todo es momentáneo: no hay transformaciones sociales, políticas,
económicas ni culturales después de participar en el mayor
espectáculo deportivo. En la Argentina de 1986, por ejemplo, el
entonces presidente Raúl Alfonsín lo supo cuando Diego Maradona
volvió como un barrilete cósmico desde México con la copa bajo el
brazo. Aún así, su gobierno se hundió en la inflación, el retraso
salarial y la pobreza que marcó a los '80 en Argentina como "la
década perdida".Sin embargo, una sub-lectura nos muestra que este mundial ha repercutido en términos sociológicos como consecuencia de un estado de orden social que ya estaba a punto de hacer ebullición. Como he referido, Brasil se prepara ahora para elegir presidente. Atrás quedó lo que muchos tomaron como un desafortunado acto circense. El gigante no despertó de ninguna siesta porque los tiros en las favelas mantenían desvelados a los chicos, y esa es la caracterización simbólica mejor utilizada para distanciarse de cualquier análisis arrebatado. Brasil pide cambios para ganar, ahora sí, su partido más trascendente.