Hoy (por el 23 de diciembre) se cumplen 60 años de la partida de una de las figuras más relevantes de la cultura arrabalera porteña y la identidad argentina. Por ello, Atilio Stampone, el pianista y compositor que produjo la música para la obra teatral “Discepolín”(1989) analiza la marca imborrable que dejó Santos Discépolo en la galería de los talentos.
En el cafetín de Buenos Aires. Ilustración: Jorge Cosenza. |
"Voy
a estar en el grillo de tus noches, en la canilla que gotea, en el
ropero que cruje a medianoche, en el humo final del pucho que apretás
rabioso contra el cenicero, en el 'chas-chas' del cinc cuando llueve,
en todos los pequeños ruidos de la obsesión, allí voy a estar,
persuadiéndote”. A un siglo de su nacimiento y sesenta años de su
muerte, Enrique Santos Discépolo sigue más vivo que nunca: dejó su
nombre estampado en las solemnes vitrinas de la identidad cultural
argentina. El núcleo de su obra sigue apelando a la angustia del
hombre moderno y a las trivialidades de la civilización de su
tiempo: un baile de máscaras entre su sórdido suburbio y la
sociedad de la década infame; sin buscarlo, Discépolo se transformó
en el cronista del realismo universal.
“Hablar
de Discépolo es hablar sobre qué representó en la cultura, pero no
solamente nacional y popular”, aclara Stampone. “Es una de las
mejores figuras que dio este género; escribió obras de teatro y
películas, es una figura de una dimensión no común en un personaje
y creo que fue, si no la figura más importante de la cultura
argentina, una de las mas relevantes”, añade.
Desde
los albores del candombe, la habanera, el tango andaluz y la milonga,
se gestaba la formación del tango y la Argentina moderna. Los ciclos
subsiguientes de la órbita secular quedaron marcados por modalidades
tradicionalistas e innovadoras que corresponden con las distintas
características de sus creadores, poetas urbanos que exploraron las
vicisitudes del amor y los conflictos de una sociedad convulsionada.
En
este escenario aparece Santos Discépolo, provocando una verdadera
ruptura de los patrones existentes en el tango hasta ese momento, con
una filosofía mucho más desesperanzada y escéptica de la vida y el
destino del hombre. “Fue un revolucionario por su lenguaje, no
tiene nada que ver con ninguno de los que escribieron tango antes ni
después. Pero también fue profético: 'que el mundo fue y será una
porquería'. O él lo interpretó antes que otros y sintió que era
así”. Para el tanguero, actual presidente de la Sociedad Argentina
de Autores y Compositores (SADAIC), la figura de Discépolo
representa una de las piezas fundamentales de la literatura.
"La cultura y la literatura están en deuda con Discépolo". Foto: SADAIC |
“Cambalache
está fuera de contexto, sólo un talento así puede escribir
eso; pero sus últimas letras cambiaron. Cafetín de Buenos Aires
-letra que escribió con Mariano Mores- no tiene nada que ver con el
Enrique Santos Discépolo anterior. Creo que él se adaptó a Mores
-o Mariano se lo habrá pedido a él- porque Enrique podía haber
dicho las cosas que dijo en Cafetín de Buenos Aires con el
lenguaje discepoliano. Sin embargo no hay ni una de sus palabras
características”, analiza el pianista y agrega: “Varios tangos
de su última época están en ésa línea”.
“Con
tu lágrima amarga y escondida, con tu careta pálida de clown y
con ésa sonrisa entristecida que florecen en verso y en canción”,
acorralado por un cáncer y ya sin esperanzas, Homero Manzi definía
con romanticismo bucólico la figura de su viejo amigo
”Discepolín”.“Al fin, ¿quién es culpable de la vida
grotesca?” -se cuestionaba- “Te duele como propia la cicatriz
ajena”.
Es
que en su afán por dejar testimonio de una vida y un tiempo
insoslayable, utilizó su lenguaje como un puente entre la
civilización y una cultura que resume la vocación estética del
individuo de la época y, acaso, su sensibilidad como un ser
comunitario. Generó con su talento inclasificable una avalancha
multicultural que se afianzó en el imaginario colectivo.
Será
por eso que sus exégetas lo clasifican de “revolucionario”o
“profético”, si alcanza con apreciar con asombro la vigencia de
su célebre Cambalache, la misma obra -anacrónica, para aquel
entonces- que ilustra la realidad de un mundo que fue y será una
porquería, hasta el despliegue de maldad insolente del siglo XX.
Tanto realismo había en ésas líneas, que fue censurada la canción
en 1944, cuando Gustavo Martínez Zuiviria, ministro de Educación de
la dictadura militar encabezada por el General Edelmiro Farrell,
lanzó una campaña de prohibición de las letras de tango más
desnudas y lunfardescas. La medida fue derogada años posteriores por
Juan Domingo Perón.
Destacado también como cineasta y actor de teatro. Foto: Archivo |
Sus
tangos se adhirieron definitivamente a la memoria cultural argentina
por sus hallazgos lingüísticos, por la violencia de su lenguaje.
Con su estilo desmesurado, Discépolo ingresa en una zona visceral de
la comunicación. Por eso, algunos lo definen como“Discepolismo”,
en representación de una corriente filosófica, universal, humanista
y trascendente.
Stampone
estima que “la cultura y, en especial, la literatura argentina,
están en deuda con él. Todavía no le dieron a Discépolo el lugar
que representa en el siglo XX, no sólo como letrista de tango sino
como personalidad fundamental de la cultura nacional ¿Quién hizo
cine o teatro como Discépolo, quien escribió tangos como él, quién
fue actor como Enrique? Son esos genios que aparecen una vez por
siglo o ni aparecen”.
“La
gente dice que era un gran intuitivo. A mí me parece que era algo
más.”, desafía Stampone- “Porque sino: ¿Cómo cambia su
lenguaje después? La letra de Uno, me decía Mariano Mores,
la escribió él sólo; pero no la terminaba nunca. Es inmenso ese
tango por la cantidad de compases que tiene, es largo y grande en
extensión. Discépolo decía que estaba trabajando en eso, pero no
hay rastros de su lenguaje”.
En
palabras de Arturo Jauretche, Enrique era un "maldito". Con
ésa definición designó a aquellos argentinos “condenados al
silencio y al olvido por la superestructura cultural manejada por la
clase dominante y productora de zonzos en serie”. Un maldito que
escribió ensayos filosóficos en tiempos de tango y para todos los
tiempos. Es, Discépolo, el mayor filósofo popular argentino del
Siglo XX.
Por Matías De Rose