martes, 23 de diciembre de 2014

Aguafuertes cariocas (parte II)

Por Matías De Rose, desde la cima de la Gloria

Últimos días en el paraíso 

       Toda despedida deja cosas por decir. Cosas que son reemplazadas y suprimidas por un simple adiós. Por eso me arrebato en decirlas ahora, antes de irme. Creo que es lo más digno que puedo hacer. Tampoco quisiera ser desagradecido con las circunstancias que se me presentan y que me ponen fichas para escribir esta comedia dramática entre las pálidas nubes del alto Da Gloria, a novecientos metros de altura sobre el nivel del mar. Son tres días para nosotros solos: la montaña, los chaparrones, el olor húmedo del mato, tres perros, un gato y yo. Conviene aclarar que los otros “yo” que cobran vida en estas memorias sufren, invariablemente, severas alteraciones por la propia psicología del personaje.
       Este título no evoca a ninguna novela costumbrista ni se afirma en el terreno evangélico, aunque posteriormente pueda resultar casi tan escatológico como éstos. Hemos de llamar “paraíso” a una tierra concreta, acaso análoga a pocos lugares en el mundo, con un sabio funcionamiento de los órdenes naturales. Acá en Sana suele desaparecer el tiempo y no hay un día que sea igual al resto.
       He dicho que me voy.
       Podré cuestionarme ésto una y mil veces, pero es lo que decidí. El paraíso no es para mí: resulta que acá soy feliz. ¡Y ese es mi problema! soy asquerosamente feliz. Acá me preocupo por poco y por pocos, y eso va contra mi vocación.
       Ya fue.
       Yo siempre pensé que una persona feliz es una persona ignorante, y prefiero volver a las preocupaciones.
       Me voy, sí, pero habiendo comprobado algunas consideraciones:

       A- Pude experimentar lo que es -intentar- vivir de la música; internarse en una selva serrana, fuera del sistema de consumo y la sociedad de masas. Todo un sueño para un pichón de comunista alucinado por el coraje del Che Guevara y el vozarrón de la Negra Sosa.
       B- Mi revelación por excelencia es haber caído de que es posible vivir de manera digna fuera del sistema dominante, con lo preciso y sin bajarse los pantalones ante nadie -¡Acá el agua no se compra!-. Claro que para eso la gente en sociedad -este gran rebaño autómata, destructivo, a contramano- debe olvidarse del Whatsapp, la tevé y algunas otras boludeces entendidas como comodidades. Pero, como pienso a menudo, el problema es saber elegir: acostumbrarse es también resignar.

Génesis

       Todo este delirio empezó en mayo de este año, en una mesita de La Farola de Belgrano. Después del ensayo decidimos ir a comer unas pizzas con la banda. Era la primera vez que Milo se sentaba con nosotros. Lo habíamos llamado para que saque unas fotos del ensayo y siguió la caravana al lado nuestro. Cuando nos sentamos, nos manijea, entusiasmado:

-Che, ¿por qué no van a Brasil a tocar? Ahora se viene el mundial y se pueden llenar de oro.

Creo que fui el único que lo dudó. Era una alta movida considerando que el viaje sería en las próximas semanas, pero hacía poco me había quedado sin laburo y sin chica, así que, dentro de todo, abrir una nueva puerta era una buena posibilidad. Los demás parecían estar convencidos y armaban su panorama para organizar el viaje.

-Mirá, allá tenemos donde parar -insiste. Pueden tocar con Tchecko -un cantautor brasileño a quien conocíamos por sus andanzas en la escena porteña- que está necesitando banda. Hambre no van a pasar porque vive en la selva, los frutos salen de los árboles; es un mes nada más...
-Y bueno, es un mes ¿por qué no?

       Hace ya seis meses que estoy acá. No nos llenamos de oro ni comimos demasiadas frutas pero techo y laburo nunca faltaron. Todavía me acuerdo cuando nos subimos a ese micro, llenos de proyectos y planes que luego se modificarían con el paso del tiempo.
       Volvamos a esos días...
       Nuestro primer paso en Brasil habrá sido con el pie izquierdo. A los pocos minutos de bajar del bondi dimos con dos grandotes de la Policía Federal que nos encontraron fumándonos un porro a unos metros de la rodoviaria paulista. La portación de rostro (indiferente de algunos frasquitos bien escondidos) les juega una mala pasada a los colombianos con pinta de malandra que están con nosotros: el cana se acerca a pasos largos y pesados extendiendo en su mano derecha la credencial de policía. Quedó todo filmado:

-Deixe isso ahí, o -sereno, señala a los mosaicos del pavimento. ¿O que você está fazendo aquí, o? Dê-me os seus identificações.

       Con los muchachos nos alejamos al toque, con aires de impunidad y cierto remordimiento por los hermanos colombianos, que apenas se llevaron un buen susto. Por nuestro lado, aprendimos a no perder la rebeldía, pero tampoco la inteligencia.

La maldición del maletín
Parte 1: “¿Dónde está mi maletín?”

       Por fin en la terminal Novo Río, después de tres días con el culo sentado, nos volvemos a subir a un ómnibus del 1001 con destino a Casimiro de Abreu. “Y bue, son tres horitas más...”. Me las dormí como un bebé, babeado y desorientado.
       Me despertaron los pibes a los gritos:

-¡Dale, Mati, agarrá tus cosas que llegamos!

       Agarré acelerado mi bolso, mi morral, la guitarra, la bolsa de dormir y salté del bondi. Entre las doce de la noche y las dos de la matina esperamos a Tcheko tirados sobre nuestras cosas en la terminal. Justo cuando ya avizoraba como una posibilidad dormir junto al linyera que cantaba, de la cabeza:
mamãe eu quero, mamãe eu quero, mamãe eu quero mamar
dá a chupeta! dá a chupeta! Ai! dá a chupeta. ¡Dá a chupeta pro bebê não chorar!

       Finalmente, llegó Tcheko con la van.
       Alegría, saludos, chistes.

-Dale, carguemos todas las cosas -dice Chaves -imperativo, como suelen ser los bateros.
-¿Está todo?
       Hago recuento:
-A ver: bolso, morral, guitarra, bolsa de dormir... carajo. ¿Dónde está mi maletín?...

Bienvenidos a Búzios

       El lugar que elegimos para arrancar nuestra gira fue Armação dos Búzios, que en un principio me pareció espantoso. ¿Qué menos quiere un argentino que encontrarse rodeado de argentinos, en otro país? Para colmo llegaba fatigado después de meter algunas combinaciones de ómnibus y vans cargando bocha de kilos de equipamiento. Además, la terrible impresión inicial de que Búzios era un espléndido centro comercial había logrado rebajar mis expectativas a niveles estrepitosos. Pero lo peor de todo estaba por venir...
       Por recomendación de un ignoto corredor de alquileres, Chaves y Cala fueron a visitar un cuartito barato donde pudiésemos descansar y guardar los instrumentos. Con el Rasta y Rama los esperamos en la plaza del centro. Mientras, nos cagábamos de risa de un coreanito que era utilizado como amuleto por los muchachos de la hinchada ecuatoriana, que tenían un pedo digno de primera ronda mundialista.
       Al cabo de unos cuarenta minutos, vuelven los pibes.

-¡Es peor que una cárcel! -Chaves suele hablar en joda, pero su semblante severo logra estremecernos.
-Dale, exagerado. ¿Zafa?
-¡Es peor que una cárcel!

       En fin, fuimos todos a ver el cuartucho esperando encontrar algo mínimamente decente. Tocamos el timbre y esperamos largos, larguísimos minutos, hasta que del portón de aluminio se asoma una mujer obesa, vestida con unos harapos que apenas la cubren.

-Oba, entrem -balbucea, indiferente, con un cigarrillo pendiendo de sus labios.

       Entramos por un taller mecánico polvoriento que estaba lleno de basura, deshechos y antigüedades por todos los rincones. Llegamos a un cuchitril insólito. Realmente era peor que una cárcel, donde por lo menos los reos tienen baño. Pero acá ni siquiera: un cuarto de dos por cuatro, vacío, con las paredes descascaradas por la humedad, los cables de la electricidad peligrosamente expuestos y entreligados.

-Ah, ¿encima no nos pasa las llaves de la casa?
-No, dice que tiene un juego solo. Hay que tocar timbre...
-Y esperar otra vez mil horas a que abra la puerta...
-Okey, ¿cuándo nos vamos de acá?
-Es por esta noche nada más. Mañana buscamos otro lugar.
-Yo no tengo nada en contra de lo sencillo, muchachos. No pretendo un Sheraton tampoco, pero si vinimos a laburar, tenemos que estar cómodos.
-Seguro.
-Sí, por supuesto.
-Vamos a dormir, mañana temprano lo charlamos.

       Antes que amaneciera, nos levantamos azorados. Determinamos una reunión en el muelle de la playa de Manguinhos, cuyos tablones crujían a través de una fantasmagórica caleta de pescadores. Una sobrevalorada sensación de crisis se ceñía sobre nosotros, situación que terminó por lanzarnos a la aventura del completo desconocimiento.
       Esa mañana recorrimos toda la península, hasta que encontramos un hostal muy piola que nos recibió con la mejor. Dejamos nuestras cosas ahí y nos dividimos tareas de laburo individuales. A mí me tocó ir a charlar a la Prefectura para obtener una licencia que nos permitiese hacer música en las calles y espacios públicos. Cuando llegué, me atendieron amablemente. Sin embargo me derivaron de un lugar a otro, y a otro y finalmente de nuevo a la Prefectura. ¡Bah!, me bicicletearon. A los milicos no les cabe mucho la parafernalia de la cultura, la música y todo el circo. Por lo tanto fracasé en la labor que me tocaba.
       Aun así necesitábamos trabajar. Ser beneficiados por el chapéu o vender un par de discos. Así que fuimos a la plaza, por la noche, con las pistas en la compu, una caja potenciada y un micrófono. Iba por la mitad de la primera canción cuando la gorilada empezó a frenarme el carro. Me pregunté si era necesario que vengan seis o siete policías a silenciar la fiesta que estábamos haciendo en la plaza, habiendo cosas tan importantes para hacer alrededor. De modo que empecé a improvisar, a capella, unas líneas contra ellos y contra su prepotencia, contagiando al público callejero que ya había tomado posición en favor mío. En efecto, apenas pude mostrar mi música, aunque mi objetivo se logró por otra vía. A partir de esa noche, Búzios me pareció hermoso y grotesco, como una rosa llena de espinas.

La maldición del maletín
Parte 2: “A sua mala está na garagem”

       … Los primeros días los pibes no me dejaban pasar una y me hacían sentir como un colgado de mierda:

-Che, ¿Cómo te vas a olvidar el maletín, boludo? Tenemos todos los discos ahí -Los discos eran los que grabamos con la banda, por los que invertimos quinientos pesos cada uno (dos lucas quinientos en total) para multiplicarlos, en reales, en nuestras presentaciones-.

-Lo había dejado debajo de mi asiento... La verdad me desperté en cualquiera y salí rajando del bondi con las mil cosas que llevaba en mano. Perdón... -intenté atajarme y prometí hacerme cargo de la pérdida.

       Al día siguiente, pegué una van hasta la terminal de Casimiro, sin absoluta certeza de cómo llegar ni cómo volver, pero tenía que recuperar ese maletín, ya más por el valor simbólico que por el material. Me aproximé al mostrador e intenté comunicarme con el flaco de la empresa con mis casi nulos conocimientos de portugués. Con ademanes y gestos de película muda le comento sobre mi pérdida, pero él no logra entenderme del todo. A pesar de que casi ensarto mi cabeza por la hendidura de la ventanilla, yo tampoco puedo cazar una palabra de las que me dice. Se acerca una mina medio cuarentona que oficia amablemente de traductora; el pibe hace dos llamados y me escribe en un papel -glorioso papel que todavía conservo-: “A sua mala está na garagem”...

Calaveras ilustres
Isaías

       Isaías es famoso en el pueblo por borracho. Es algo luengo, con un corte afro rebajado y de contextura fibrosa. Tiene piel negruzca y las palmas de las manos encalladas como una lija. Un Samuel L. Jackson versión fisura. Me dijeron que cuando no toma es una persona demasiado normal, aunque mis encuentros casuales con él me dan razones para mitificar esa confidencia. Siempre anda por ahí, en pedo, molestando -queriendo agradar- a todo visitante. Cuando toca una banda en alguno de los dos bares que tiene Sana, cierta noche vampiresca, el loco siempre aparece detrás de un fundido de sombras. Se planta en la primera fila y baila tan a su manera. Se encorva encogiendo sus hombros. Su rostro comienza a experimentar distintas inflexiones. Parece metidísimo en sí mismo, como si la música le hiciera olvidar, siquiera de manera efímera, el dolor de un hombre que lo perdió todo por la bebida: hijo de uno de los primeros pobladores de Sana, Isaías creció laburando como pedrero, campesino, albañil, lo que hiciera falta. Heredó de su viejo una cierta comodidad financiera gracias a los ingresos de algunos terrenitos puestos en alquiler, pero, paulatinamente, se fue delirando todo en alcohol.
       Estoy seguro que soy una de las pocas personas en Sana que intentó entablar una conversación seria con él. Es que entenderlo es más jodido que la mierda. Se expresa con largos “Guarrguabraurrabua ...”, símiles a ladridos que dificultan la comprensión.
       De todas maneras me acerqué: me ve llegar abriendo sus brazos como un Cristo negro. Su mirada, entre triste y perdida, me habló más que cualquier palabra. Se le caen las monedas del bolsillo mientras intenta darme plata para que le compre una birra. Me ofrece un puñado de tabaco negro fortísimo, unos cigarros pretos hostiles hasta para el más fumeta, y me abraza con bruteza desmedida. El tipo no pide mucho para ser feliz: sólo una birrita y un poco de atención.

Negín

       La primera vez que fuimos a Trindade, en el estado de Paraty, laburamos como chinos. Desde la mañana hasta la noche tocando en posadas o en donde hubiera una fuente de electricidad. Por las tardes, rancheábamos en la playa y hacíamos nuestro set al lado de la barraca de Negín, un rasta que siempre usa anteojos de sol y una gorra hasta las orejas que le oculta un avanzado principio de calvicie. Es bastante petaquín, con apariencia adolescente, y de piel tostada. Saca caipirinhas y cervezas y corre por toda la playa entregándolas. Como a la gente se le da por escabiar desde tempranito, Negín tiene laburo pa caralho.

-Bless, Surikatossss. ¿Vocês vai fazer sua música hoje? -Podría decirse que Negín sólo se limita a utilizar este conjunto de palabras.
-¡Bless! ¡Mássimo!

       Para no dejarnos dormir en la intemperie, una noche nos invitó a dormir a su casa, que quedaba en la perpendicular de un morro cercano a la playa. El chabón, de pronto, aparentaba ser un tipo super consciente. Frente a la tevé, opinaba de todos los temas tratados en el noticiero: de fútbol, de música, política, hasta religión. ¿Cómo puede ser este pibe tan distinto en su casa, cuando no está trabajando? ¿Será la rutina, que en la medida del tiempo vuelve a uno un ser automático? Y eso que el negro labura vendiendo escabio en una playa paradisíaca...

-Bless, familia -nos dice, ya entrado en confianza. Sua música é legal, puta que pariu, mucho buena.
       Para esta altura, nuestro nivel general de portuñol ya caminaba a pasos adelantados:
-Brigado, Negín, a la gente le gustó. A gente curtiou pa caralho.
       Me mira de costado con su rechoncha cabeza porcina, entre desafiante y confidente.
-A gente é lixo -basura-, cara. Eles vêm pra cá, às oito horas da manhã, com suas latas de cerveja imundas, deixan la sujeira, lixo na areia, no banheiro, no mar...
-¿Sí, eh?
-¿Ta ligado? A gente curtiou pa caralho mas só pensam em beber.
-Mas você vive de su sed...
       Neggín pone cara de circunstancia mientras reposa su mirada sobre la mía por unos segundos.            Vacila:
-Todos temos necessidades...
-É verdade.

       Después de cenar, nos disponíamos para ir a dormir en donde cupiésemos. Los chicos se fueron tirando sobre unas mantas en el piso y yo metí medio cuerpo dentro de un diminuto sofá. Taciturno sobre mi fementido lecho, no pude dejar de pensar en lo que me había dicho Negín. En su grande repugnancia. En la realidad de este pibe, tan distinta a la mía; tan lejana a mi mundo. Me quedé pensando en que muchas veces, a las personas, nos cuesta más aceptar a los demás que a nosotros mismos. Como si eludiésemos sistemáticamente la responsabilidad de ser parte de esos demás. Porque siempre la culpa la tiene el otro: que ellos ensucian; que aquellos viven fuera de la ley; que fueron los demás quienes la votaron como presidente; que algo habrán hecho...
       En fin, la idealización con que el ser humano ha concebido al concepto de libertad a lo largo de las generaciones, ha construido un camino repleto de temores en esa dirección.
       ¿Y no estoy hablando yo, ahora, sobre los demás?

-Machi -Negín me saca del ensueño. ¿Desligo a televisão?
-Ta bom, no hay nada interesante. Boa noite.
-¡Bless!


La maldición del maletín
Parte 3 (final): 903

       ...Volví a la montaña con ese papelito y me quedé hablando con Tcheko:

-Mirá, rasta, me dijeron que tienen el maletín en el garage de la empresa.
-¿En cuál? ¿El de Río o Macaé?

       La búsqueda no había terminado. Tenía que seguir aguantando a los pibes que seguían sin darme su voto de confianza.

-El recorrido del bus termina en Macaé, mandate a la rodoviaria -me sugiere Tcheko.

       Así que encaré viaje de nuevo. Pegué carona (léxico brasileño que significa “hacer dedo”, “recibir un aventón”) con Gaby, la mujer de Tcheko, que justito tenía que viajar a Macaé con el auto.

-¿Cómo carajo era la contraseña del maletín? -pienso con persecuta en el camino-. Si lo fuerzo delante de los ratis de la rodoviaria no van a creer que es mío. ¡Encima qué maletín! Re transa. O re Antonini Wilson, que es casi lo mismo. Va a estar jodido...

       Después de un par de horitas de viaje, llegamos a la terminal. Bajo del auto con los dedos cruzados y me meto en la cabina de la entrada. Gaby me secundea con el portugués:

-Oi, boa tarde. Nós ligamos hoje por telefone por uma mala esquecida no ônibus 1001 -fala Gaby mientras yo le señalo al tipo el número de bondi impreso en el pasaje.

       El chabón se da vuelta sin levantarse del asiento. Mete medio cuerpo bajo una mesa pequeña, tantea y... ¡agarra mi maletín!.

-¡Vamos, carajo! muito obrigado, senhor.

       El tipo, con el seño oblicuo, hace media sonrisa y me pide mi documento. Anota mi nombre, apellido, DNI y me entrega el maletín.
       
       Lo examino:
-Sí, es el mío. Pero creo que no me acuerdo la contraseña.
Probé diez combinaciones de números distintos, sin acertar alguna. En seguida se me iluminó el bocho. Recordé que, estando yo en Buenos Aires semanas atrás, había anotado la clave en un borrador de mi celu. Lo saqué atolondradamente del bolsillo de mi pantalón. Lo prendo, tecleo y...:
-¡Ahí está! ¡903, papá! -exageré mi preocupación ante las vivaces pupilas de la ley rodoviaria, que seguían todos mis procedimientos.

       Abro el maletín y mis pulsaciones comienzan a normalizarse al ver que todo permanecía ahí: los quinientos discos, las calcos de la banda y un habano que me regaló mi amigo David antes de irme de Buenos Aires.

-Fumátelo en un momento especial -me había dicho, sin ignorar que ese momento sería inexorable.

       Esa misma noche, de regreso, imaginaré los primeros rasgos de esta trilogía. Gaby me recordará que en la película Pulp Fiction, se entretejen crímenes y saldos de deudas mafiosos por motivo de un misterioso maletín cuyo fulgurante contenido nunca es revelado. Mi historia podría inquirir precisamente lo contrario y darle trascendencia a algo tan banal.
       Volví de noche a la montaña después de todo un día de gira. Subo las escaleras de la entrada al trote, con el maletín en mano. Abro la puerta y desde allí lo extiendo con mis brazos en alto, con cierta megalomanía. Me sentía como el Diego en el '86 con la copa en manos mientras los pibes me celebraban.

-Acá está, muchachos, ¡recuperé mi habano! ¿Quién tiene fuego?


«Todo concluye, al fin»

       Toda despedida deja cosas por decir. Pero yo siempre preferí evitar los sentimentalismos. Acostumbré a ahogar mi melancolía a través del olvido e, incluso, a través del silencio. Para eludir cualquier tipo de referencia poética al respecto, diré que mi despedida fue también una puta tortura. Un agudo dolor estomacal me tuvo algunos días retorciéndome sobre un colchón roñoso. Las teorías, en ausencia de cualquier diagnóstico médico, fueron variadas. La que más pavor me provocó fue la del vermes, una larva pequeñísima que se te escurre por la piel, y que incluso podía estar en el agua de las caxoeiras que nosotros mismos consumimos, alojándose en mi estómago y morfándome las tripas. Lo atribuimos también a las lechugas, los cilantros y albahacas mal lavadas de la huerta.
       Probé desengualicharme con todo tipo de medicinas naturales: té de boldo, de clavo y hierbabuena; tomé ajedrea, una planta que supuestamente resolvía los trastornos del intestino. Lo que desconocíamos era que también funciona como un energizante que potencia la vitalidad sexual, situación que agravó mi arrastrado malestar. Me abastecieron con semillas de bóvora y de papaya que, al ingerirlas, matan a todos los bichitos que pudiese tener en el estómago. Hasta me aventuré con fernet puro y feijoadas. Tomé mil litros de agua, y nada...
       En las semanas ulteriores, la Ciprofloxacina será el elixir que ponga fin mágicamente a catorce días de calvario. Pero por entonces los dolores se sucedían sin intervalos, generándome estrambóticos espasmos en mi posición fetal.
       No podría decir que la decisión de irme tenga que ver con ese malestar, tal como conjeturaban los pibes. Yo les dije que padecía de todas las malarias, menos la menstruación. Esta no era una escenita de histeria. Fue una decisión fuerte, que ya tenía masticada, procesada y digerida. Con certeza, lo único que pude digerir por esos días...
       Me desperté con el primer claro de la mañana y me cebé unos mates, esperando a que se levantaran los demás.
       Más tarde, estando todos alrededor de la mesita del balcón, me atrevo a vacilar:

-Che, les quería comentar algo.
       Todos se tornan hacia mí y esperan silenciosamente mi anuncio.
-Me vuelvo a Buenos Aires, che. Estuve pensando mucho. Pensaba en... ¿qué sé yo? Mi futuro. En mi presente con perspectivas a largo plazo, y yo no quiero tener una crisis de identidad. Me voy a seguir en la búsqueda.
       Chaves levanta la mirada del libro de Osho que está leyendo, pone los ojos como dos gotas de agua y me mira con compasión:
-Todo bien, guacho. Todos estamos hace bocha en esa búsqueda -dice girando la cabeza de un lado a otro, como quien dice una verdad incuestionable.
-¿Pero cómo te podés a ir de acá? ¿Qué vas a hacer en Buenos Aires?
-No sé, vieja. Escribir.
-Hacé lo que mejor te haga a vos, che. Pero si la búsqueda es con vos mismo, allá se te va a complicar...
-Bueno... eso depende de uno, ¿no? No creo que sea el lugar. Mirá, volvé a abrir ese libro. Fijate cuando Osho habla del sannyas.
-¿Sannyas?
-Sannyas es un tipo de meditación para vivir en el mundo ordinario, pero de forma que éste no te posea; es medio fumeta el concepto: es estar en el mundo y a la vez un poco por encima.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-En ese capítulo Osho cuenta sobre la existencia de gente que se va a los montes del Himalaya, queriendo escaparse de algo o buscando la paz interna...
-¿Y qué pasa con ellos?
-Que al final llevan su mente contaminada adondequiera que vayan. Pero no sólo pasó que esa gente no pudo modificar sus comportamientos: su propia mente operó para cambiar la belleza de los Himalayas.
-¿Y para evitar la catástrofe hay que cambiar la mente?
-Quizás haya que renunciar a la mente je, je -Nuestra tendencia a filosofar sobre todos nuestros asuntos nos suscitó algunas risas.
-Te vamos a bancar en lo que decidas, Machi.


       Terminé por seleccionar las situaciones más traumáticas para este relato. Las más garroneras. Esta decisión no fue arbitraria ni mucho menos inocente. Tampoco pesimista, al contrario: fueron las mismas perplejidades las que nos pusieron en un lugar decisivo. En la toma de nuestro poder a través de la acción directa y el laburo en equipo. ¡Acá está el paradigma de nuestra existencia!, o así lo entendimos nosotros. Nos deleitamos con los secretos de la naturaleza; con la belleza del alba y el crepúsculo. Aprendimos a sobreponernos con displicencia ante cualquier circunstancia. Aprendimos, es el verbo más adecuado en general para esta vida... Y de pronto, la música, luz vibrante, que se había transformado en una dulce maldición, y en un espejo, nos dirigimos a ese recóndito lugar, con amor e instinto, para darnos cuenta que la música más hermosa, la que más nos dijo, nacía del completo silencio. 


Ver video "Esto es Rama & The Surikats", otra breve reseña de este viaje.

lunes, 11 de agosto de 2014

Aguafuertes cariocas

Por Matías De Rose, desde Brasil

Material fotográfico: Milo Uriburu

En 1933, el escritor argentino Roberto Arlt editaba una de sus piezas periodísticas más perdurables: las Aguafuertes porteñas, un conjunto de artículos literarios publicados en Buenos Aires por la editorial Victoria y reproducidos alternativamente por la revista Proa y el diario El Mundo de España. El origen del título tiene parentesco pictórico y se refiere a las pequeñas estampas grabadas sobre cobre y zinc que alcanzaron gran difusión en la época de Durero y Rembrandt, en la de Goya y en la de los expresionistas alemanes. Arlt tiene la intención de mostrar una realidad fragmentada y de reproducir, a modo fotográfico, un momento concreto.
Tres años antes, el autor de Los siete locos ya había ensayado una primera aproximación con las Aguafuertes cariocas, una serie de cuarenta textos escritos en Río de Janeiro que pasó inadvertida y que tomó estado inédito. En esta reimpresión actualizada por Puntos de Vista, desplegaremos toda la utilería visual y la parafernalia de una sociedad extrañamente taciturna, convulsionada por la llegada de un mundial de fútbol que no fue deseado.



Gentileza gera gentileza
 
En Sana suele desaparecer el tiempo. Ya nadie usa reloj y a veces ni siquiera teléfonos celulares. Hay días de clima impredecible, y hay sombras gigantes en la noche que cubren la inmensidad del Alto da Gloria, un cerro de novecientos metros de altura sobre el nivel del mar. El ritmo aquí es diferente; nadie anda con apuros. Cuando escampa durante la mañana se trabaja en los ranchos y en las huertas. Hay senderos sinuosos que achican el camino vertiginosamente entre la piedra y el precipicio que se estira largamente hacia la profundidad del mato turbio. En el Refugio da montanha, las casas se pierden en el espesor húmedo de las nubes que abrazan la cima de esta roca.
Al norte de la ciudad de Río de Janeiro, alejado de la vorágine mundialista, Sana cuenta dieciséis años de vida. La policía civil llegó hace apenas dos años y el trabajo de la prefeitura no asciende a estos rumbos de tierra arcillosa. Los pocos moradores que hay en Alto da Gloria, antiguos ciudadanos urbanos, están aún construyendo sus chozas en lotes de tierra virgen que le compraron a sus viejos dueños sobre los últimos metros del morro. Esto genera un sentido de comunidad que funciona con cierta practicidad. Es costumbre que los vecinos colaboren entre sí para terminar de construir sus viviendas o arreglar caminos. A cambio, el que solicite la mano de obra le retribuye el gesto al grupo con una típica feijoada para después de la jornada de trabajo. "Gentileza gera gentileza", es el mandamiento: un lema popularizado en los '80 por el predicador urbano carioca José Datrino.
Betão vive aquí hace dos años con su mujer y una preciosa hijita de nueve meses. Él es la imagen casi prototípica del hombre que vive en Sana. Es un tipo extremadamente tranquilo y agradable. También un incansable trabajador de manos curtidas. Culebrea por los caminos que él mismo abrió a machetazos para descender del morro. Sube tejas, maderas, cañas de bambú y troncos de palmera coquera a cuestas de su menudo torso. Betão es un individuo crítico a todo lo que alguna vez rodeó su vida. Recuerda con pesar su paso por la escuela nacional, la más importante de Brasil, donde lo echaron por teñir su larga melena crespa de color azul.
Una tarde vimos juntos un partido de Brasil por televisión. El nivel de juego no fue para nada bueno, pero Brasil finalmente ganó y ni siquiera eso, ni los goles, lo mueven de su sillón. No es que no le interese el fútbol, puede hablar varios minutos de su equipo Fluminense, o analizar el presente del fútbol internacional. Aún así, el mundial parece no distraerlo. Mientras acomoda sus ahumados lentes, se entretiene con el tabaco que arma en sus papelillos, y descarga con suspicacia: "Para organizar el mundial aquí, la FIFA le dio a nuestra administración un bola gigante de dinero que finalmente no alcanzó para cubrir todas las necesidades para ser anfitriones. No me interesa torcer por ese juego".
Casimiro de Abreu es la ciudad más cercana. Es un pueblito de aparente tranquilidad con irrisorias dotaciones de policías militares en las calles. Las personas tienen una buena predisposición y una cierta calidez para con el forastero -ésta es una impresión general en Brasil, no sólo aquí-. Macaé, a sesenta kilómetros de distancia, es la jurisdiccion municipal de Sana. Le llaman la capital nacional del petróleo y combina sus ruas urbanas con una importante cantidad de favelas, un barrio industrial y un centro comercial que termina en una caleta de pescadores junto al mar. En una panadería del barrio, un oficial de la policía grita el gol que Camerún le marca a Brasil, contagiando a varios en sus mesas.


Los días que juega el “Scratch”, el país se paraliza. Pude comprobarlo en playa Tartaruga, en la península de Búzios, la tarde que Brasil venció agónicamente a Chile desde el punto penal. “Bebeto”, un negrito de veintitantos años con la camiseta del crack brasileño, casi que adivina las jugadas que emite con transferencia el pequeño televisor de la barraca Bar Do Peixe. Una vez clasificados a cuartos de final, la tensa calma cede ante el color habitual de la playa. “El Ruso”, dueño del boliche, raya la mesa de madera con la punta filosa de su cuchilla. Se lo nota, como después reconocerá, decepcionado por el nivel de la verdeamarella.

Armaçao dos Búzios es una esfera de consumismo, con un paupérrimo circuito cultural que se ve coartado por la burocracia y las autoridades municipales. Aquí, como en diversos destinos de del país, se llega mediante agotadoras combinaciones de autobuses y vans. O Perú molhado, el periódico local, reconoce con pesimismo: “Copa do Mundo de Búzios: Nao era bem isso que estávamos esperando, mas é melhor que nada”, en referencia a la escasa cantidad de turistas arribados durante los últimos meses. Este balneario se popularizó a partir de 1964, cuando la estrella de cine francesa Brigitte Bardot visitó la península para escapar de las cámaras y reporteros gráficos. En la costanera, llamada Orla Bardot, hay una estatua dedicada a ella, siendo lo más representativo del lugar. Ya nadie recuerda que en estos puertos desembarcaban esclavos africanos a cambio de indios Tupinambás que eran esclavizados por los franceses en épocas de colonización portuguesa. De esta manera, ocultan la historia negra de Brasil bajo el mármol.

Triste carnaval

El día de la final entre Argentina y Alemania, el sambódromo de Río de Janeiro permanecía -al igual que las calles- atestado de argentinos que cruzaron la frontera desde varios puntos del país. La copa parecía estar en manos del capitán Leo Messi antes del pitido inicial, pero en frente estaba, otra vez, la dura Alemania. 1-0 a cinco minutos del final de la prórroga y el carnaval se tiñó de gris: llantos, insultos, desesperación y las sillas que empezaron a volar sobre nuestras cabezas en la playa Copacabana. Un grupo de brasileños no respetó el duelo de la irrespetuosa concurrencia albiceleste, que durante los días previos había explotado todo su repertorio chovinista contra los locales. Fue entonces cuando el festejo se confundió con el caos; un numeroso personal de la policía militar, fuerza acostumbrada a dispersar manifestantes con el uso y abuso de la violencia, no escatimó en palear a macanazos a un joven que estaba en medio de la colisión. Los gases lacrimógenos y las balas de goma llovían sobre los violentos, pero también sobre la prensa, las mujeres y algunas familias con niños pequeños. De pronto, Brasil, con el mundial ya a cuestas, levantó nuevamente el escenario de las protestas. Un grupo de activistas desplegó sus pancartas en frente de la dotación armada. “Welcome to world cup 2014”, rezaba con ironía el texto de una de las banderas.
Volviendo a la Praça da Apoteose en el metro, los torcedores brasileños nos hicieron sentir el rigor de la derrota, rodeando nuestra columna y hostilizándonos como si fuéramos un ejército que vuelve capitulado de la guerra. Para nuestro asombro, en las calles cercanas al sambódromo, las familias en las favelas fueron la excepción. Nos aplaudían al grito de “¡Vamos Argentina!”, demostrándonos que en algún lugar aún había un espíritu de decencia.
A la mañana siguiente, las portadas de los periódicos celebraban la derrota argentina. El vendedor del kiosco, un hombre canoso con barba de una semana, se muestra contento por el fin de este mundial: “Ahora Brasil se las va a tener que ver con su gente”. El próximo desafío de este pueblo será las elecciones presidenciales de octubre.






Mundial FIFA: ¿Realidad o ficción?
No es apresurado afirmar que la FIFA es uno de los organismos más corruptos en el planeta, pero cierto es que el modelo que implementó ya forma parte de un nuevo mecanismo de colonización comercial de gran protagonismo en el engranaje del capitalismo financiero, y que los estados participantes avalan en pos de la mercantilización del fútbol, con el marketing y la publicidad que invitan a todo el mundo a participar del big bussines. Para este año, el modelo FIFA encontró acogida en la séptima economía mundial. El parlamento brasileño había aprobado la denominada “Ley General de la Copa del Mundo 2014” que, entre otras cosas, estipuló la creación de un área de restricción comercial donde monopólicamente se vendieron los productos de los auspiciantes de la FIFA. Del deporte, ya poco queda...
Y así como cada país tuvo una connotación particular en la organización de un mundial, en el caso de Brasil podemos afirmar que fue el mundial más conflictivo en términos sociales. No es que haya existido una fiebre antimundialista, pero sucede que los requerimientos del modelo FIFA desnudaron una serie de postergaciones en Brasil que despabilaron a cierta parte de los sectores populares y la clase media. No toleraron que no se priorizara la construcción de más escuelas y hospitales, tener un mejor transporte público, urbanizar las favelas y buscar las maneras más eficientes para combatir la enorme desigualdad social que crece como bananeros en los morros. Esta no es "la otra cara" del mundial; simplemente es su verdadera cara.
Entonces: ¿Es cierto que el mundial de fútbol nos une?, definitivamente no. El efecto más preponderante en este sentido es el que producen los medios de comunicación, generalmente televisivos, que insisten, cada dos o cuatro años, en mostrarnos la cara más soez del patrioterismo, la xenofobia, el racismo y el machismo que se traduce en gran parte de la afición futbolera. Por otro lado, la idea de la representatividad de una nación, con todas las complejidades que tiene una sociedad, no puede -ni debería- ser ejercida por una selección de jugadores de fútbol. Lo que se genera, en definitiva, es un sentimiento de pertenencia colectiva: tenemos nuestros colores, nuestros héroes; somos nosotros quienes ganamos; quienes podemos entrar en la historia. Todos nosotros, en la primera persona del plural.

Enfocándonos en la exultante tribuna argentina (el mejor ejemplo de esta tesis), lo único representativo en los habitantes de su nación es la figura del hincha, que con su comportamiento expresa una tendencia emotiva y sociológica como ninguna otra en el mundo. El fervoroso torcedor que alienta con su literatura folclórica al equipo, es un reflejo voluble del hombre en sociedad. Tomando reflexiones del sociólogo argentino Pablo Alabarces, la euforia y el sentimiento de unidad nacional que ofrece el fútbol, se desvanece "24 horas después del mundial". Todo es momentáneo: no hay transformaciones sociales, políticas, económicas ni culturales después de participar en el mayor espectáculo deportivo. En la Argentina de 1986, por ejemplo, el entonces presidente Raúl Alfonsín lo supo cuando Diego Maradona volvió como un barrilete cósmico desde México con la copa bajo el brazo. Aún así, su gobierno se hundió en la inflación, el retraso salarial y la pobreza que marcó a los '80 en Argentina como "la década perdida".
Sin embargo, una sub-lectura nos muestra que este mundial ha repercutido en términos sociológicos como consecuencia de un estado de orden social que ya estaba a punto de hacer ebullición. Como he referido, Brasil se prepara ahora para elegir presidente. Atrás quedó lo que muchos tomaron como un desafortunado acto circense. El gigante no despertó de ninguna siesta porque los tiros en las favelas mantenían desvelados a los chicos, y esa es la caracterización simbólica mejor utilizada para distanciarse de cualquier análisis arrebatado. Brasil pide cambios para ganar, ahora sí, su partido más trascendente.   





domingo, 6 de abril de 2014

La Trinidad Lírica

Alika + Miss Bolivia + Sara Hebe

Cumbia, reggae y hip-hop en el mismo compás. Con audaces apuestas discográficas, Miss Bolivia, Alika y Sara Hebe le siguen regalando al público la frescura de un género renovado. Entre el arte y la militancia activa: su música como herramienta de compromiso social. Ritmo, poesía y conciencia; historias de calles y lunas suburbanas.

Por Matías De Rose

MISS BOLIVIA, el Anti-Edipo

Paz me cuenta que tiene una “corta vida de militante pero intensa”. A veces la invitan a cantar a las cátedras de Ciencias Sociales o Psicología y a movilizaciones universitarias. Le escribió un rap a las Madres de Plaza de Mayo. Antes era interlocutora de la lírica consciente: así definía a sus impulsos artísticos. Ahora toda esa verborragia insolente mutó en un caprichoso “quiero cambiar”. En un dancehall cumbiero y ritmos modernos que incitan al agite conservando el brío querellante.

Miau es la nueva apuesta discográfica de Miss Bolivia. Foto: archivo.
        
         La casa donde nos encontramos en Villa Crespo es una galería amplia y luminosa que se extiende en otros tres cuartos. En el primero suele dar clases de yoga Ashtanga Vinyasa, una disciplina proveniente de los montes Himalaya. El salón está rodeado por dos o tres bibliotecas que remiten tomos sobre psicoanálisis freudiano y materialismo histórico, entre los más repetidos. Ve con cercanía volver a ejercer la docencia en psicología, la que alguna vez relegó para dedicarse de lleno a la música. Le gusta dar nociones básicas sobre el capitalismo y la teoría marxista, aunque se reconoce con Gilles Deleuze: el autor de Capitalismo y esquizofrenia es una clara influencia en la vida de Miss Bolivia. “Me parece una buena plataforma de ideas, sobre todo en el plano artístico. Aunque a él no le gustaría que se hable de paradigma…”.

         Mientras prepara un mate se justifica desde la cocina:

-Perdón por el desorden, acá alguien acaba de terminar de editar su disco.

La autorreferencia escondida alude a Miau, su reciente material. Atrás quedó la lírica consciente, donde ella misma circunscribía a su prosa. El argumento es platónico: cree que estaba expresando su arte a semejanza de idealizaciones: “Antes hablaba en segunda persona, como exhortando máximas buena onda pero que son bajadas de línea: ‘Apaga tu mente, enciende el corazón’. Ni yo puedo apagar la mente, entonces no me interesa pararme en el lugar de ordenar algo que yo no puedo hacer. Ahora soy más autobiográfica, me hago cargo de lo que soy y de mis posibilidades. Puedo hacer canciones pero no puedo apagar la mente”.

Se la nota reflexiva. Como si hubiera desarrollado una capacidad de elaboración de todo lo que alguna vez fue, para digerir todos los sucesos de su vida en un nuevo disco. “Lo tengo que transformar en algo artístico”, reconoce, “sino creo que me enfermaría”. Cambia “veneno en medicina”; cuestión de supervivencia...

La militancia ocupa, según distingue, como mínimo la mitad de su vida artística. Participó del spot de Presidencia de la Nación homenaje a Néstor Kirchner que se difundió previo a las últimas elecciones legislativas. “Practico un activismo apartidario, si bien voto y asumo mi responsabilidad cívica. Milito por causas y contenidos, y cuando hago una revisión de esos ejes pienso en Néstor como líder político y como gobernante. En gran porcentaje, lo asocio inmediatamente con su gestión y su práctica política imperfecta, con todas las causas que engloba mi militancia. Me llamaron para algo que no era partidario sino que institucional; el homenaje a un hombre. Que me hayan dicho a mí me honra a sobremanera, por eso lo hice automáticamente. Quizá el modelo de acción política tiene fisuras, como todos los modelos. Pero creo en el libre debate sin fanatismos”.


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ALIKA, sin intermediarios

Llegó a Los Ángeles en el marco de una gira que emprendió el año pasado. Acaso desde otras ciudades siga observando que todo lo que brilla bajo el sol es vanidad. Alika ya grabó su sexto disco de estudio Mi Palabra, Mi Alma, y asegura que la idea es darlo a conocer: “Me va bien, trato de difundir mi música por todas partes. ¡Así es la vida del mariachi!”.

Mi Palabra Mi Alma. Alika sigue en el ruedo. Foto: archivo.

“En Estados Unidos comenzamos a presentarnos en el 2006 y desde entonces tocamos en los festivales de reggae más importantes”, comenta. Así Alika pasó del Northwest World Reggae Festival al Tribute to the Legends y del Reggae on the River al One Love One Heart. “Nos presentamos también en ciudades como San Francisco, San Diego, Nueva York, Miami y Chicago”, y dice que espera poder volver a la Argentina en el 2014.

La ex Actitud María Marta sigue impulsando su mayéutica inquisitiva con Mi Palabra Mi Alma, su nuevo material costeado con ayuda casi íntegra del Crowdfunding (financiamiento colectivo). “El disco ya está terminado, ahora le estoy dando las últimas escuchadas antes de mandarlo a fabricar y subirlo a internet. El financiamiento en masa fue eficaz y la gente me ayudó en la recta final, que se me estaba complicando un poco. Estoy muy agradecida por eso”.

Para Alika, la independencia que siempre mantuvo de la industria musical le permitió ser ella misma y llegar al público sin intermediarios: “Es ser dueño de tu trabajo, de tu tiempo y de tus decisiones. Que ninguna presión de ningún tipo intervenga en tu creatividad o en tu forma de expresarte. Es ser vos mismo, no es para cualquiera. Es un camino difícil pero da sus frutos”.

Admite que tiene algunas ideas de trabajo “para lograr beneficios en nuestras comunidades”, en donde involucrará la música con otro tipo de disciplinas, aunque prefiere mantener los detalles en suspenso. “Ya lo iré desarrollando y poniendo en práctica con el tiempo. No siempre las cosas salen como uno las planea. De nuestra parte le pondremos todo el empeño”.


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SARA HEBE, lujo popular

         Sara siempre pone el cuerpo. Un día está en un edificio tomado resistiendo al desalojo de la policía. Otra noche arremete frente al Congreso para decirle a Monsanto que no es bienvenido en el país. Sin embargo, con su música como pretexto, prefiere no correr con la chapa de militante: “Es algo grande, y a mí me falta trabajo de base. Pienso que soy una opinión poética de lo que veo que está pasando”.

Sara Hebe, otra etapa del rap argentino. Foto: archivo.

En el 2012 grabó su segundo disco Puentera, que procedió a La hija del Loco (2009). Con estos dos trabajos, la chubutense logró cosechar buenas críticas en la esfera hip-hop y algún sector de la prensa cultural de nuestro país. Llevó su música al Colectivo Cultura Libre del Foro Social Mundial de Porto Alegre y también fue invitada por el Colectivo Hip Hop Revolución de Caracas, para representar a la Argentina en la quinta edición de la Cumbre Internacional de Hip-Hop.

Este corto tiempo en la escena resultó un curso intensivo, en el que Sara Hebe  problematiza su dilema artístico y se acoraza con su autenticidad: “Aprendí a elegir mejor las palabras. A pensar un poco más antes de grabar. Aprendí a no vomitar todo de una y a organizar un poco más lo que quiero transmitir, que es poesía”.

Actualmente sale de gira por todo el país con su beatmaker y compañero de tarima Ramiro Jota. Considera que juntos están haciendo algo distinto. Un híbrido entre punk, rap y cumbia que va más allá de una mera fusión musical. “Quizá inventamos algo”, sospecha.

Sara Hebe es casi nihilista. “No creo en casi nadie”, me dice. “Sólo en algunos amigos y amigas que trabajan en proyectos que apoyo”. Sitúa como salvedad aquellos espacios donde aporta sus reflexiones más puras: “Creo en la música”, asiente, “en las cosas que se hacen auténticamente”.

“A cada paso hago política, que es la cotidiana. Elegir tocar en tal o cual lugar es un acto político”, dice, aun con cierto recelo respecto al alcance del arte como herramienta política. “Igual” –admite- “sigo haciendo temas. Creo que puede ser una herramienta de transformación y puede servir para visibilizar cosas que están pasando, pero no creo que el arte cambie radicalmente nada. Un cambio radical se lograría por un entramado de hechos políticos, culturales, artísticos…”

             Sara siempre pone el cuerpo. El acto de estar presente es también parte de ese entramado que ella advierte y del que a la vez reniega. En ese terreno, todo le sirve de inspiración: “me remito a lo que veo a mi alrededor y lo que me pasa a mí. Lo que me pasa adentro y lo que está afuera".

viernes, 7 de febrero de 2014

Goy Ogalde: Envasado en origen

Artículo publicado en Diario Zeta (30/01/2014)

El ex Karamelo Santo presenta "Soy Cuyano", un disco que recoge cuecas y tonadas de su Mendoza natal.


Por Matías De Rose



     En un antiguo caserón de La Boca, Guillermo “Goy” Ogalde instaló El Cangrejo Records, el estudio que levantó hace unos quince años, cuando se trasladó de su Mendoza natal a la complicada Buenos Aires. Allí produjo buena parte del
Goy "Karamelo" Foto: archivo

material de Karamelo Santo, la banda que fundó y de la cual se apartó hace tiempo. Allí grabó también su últi­mo disco solista, Soy Cuyano. A diferencia del caos de las demás habitaciones, el cuarto de los instrumentos y paneles de sonido están cuidadosamente acomoda­dos. Una wiphala –la bandera de los pueblos origina­rios andinos– marca como una declaración de principios su territorio. Antes de comenzar la charla, Goy clickea y muestra sus nuevas canciones: “Esto es una cueca mendocina; acá la mezclé con un poco de reggae, pero con swing; esta guitarra suena bien al frente, le da un clima desértico”. Soy Cuyano tiene una iden­tidad regional evidente desde el título. Goy dice que era “una deuda de vida”, una promesa que tiene con su propia infancia, su abuela y sus raí­ces huarpes.
-¿A qué se debe esta mutación artística?
"Con Karamelo Santo ya ve­nía probando folklore pero sin el rigor tradicional. En la zona de Cuyo siguen manteniendo su gusto por la tradición y yo estaba quemado por lo conserva­dor. El proceso militar utilizó al folklore cuyano como herramienta de propaganda, un reperto­rio de cuecas de milicos, de la virgen, y nunca nada del indio y de nuestra gente. Así que este disco formará par­te de un pilar de cosas nuevas".


En su estudio El Kangrejo records
-Es tu primer disco solista…
"Sí, y además creo que va a haber una segunda parte. Previo a la salida del disco me hablaron artistas de fo­lklore que quieren trabajar conmigo. Quizá en la segun­da parte matice con gente como Bruno Arias, el ‘Raly’ Barrionuevo o ‘Duende’ Garnica, que son personas con las que comparto farras en la noche porteña".
-Te alejaste de Karamelo por diferencias con el management y el contenido artístico. ¿Cómo es tu laburo ahora que no dependés de intermedia­rios?
"Soy independiente, libre. Hago lo que quiero, y me parece bien. No es que no quiera tocar para determinados sectores. Si la gente ‘K’ me llama para tocar, voy y les cobro lo mis­mo que Fito Páez. Obviamen­te nadie me llama por esa pla­ta, por eso es que sigo tocando en los mismos lugares de siem­pre. En un principio el kirch­nerismo me pareció un ca­mino viable, pero se metió el menemismo y le copó la pa­rada la derecha, entonces ya no estoy ahí. Mi única mili­tancia son los pueblos ori­ginarios. Tienen la única solución salvadora de la sociedad, desde su cos­movisión hasta su tra­bajo comunal, social y revolucionario".

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En vidriera:

Gaspar OM hace Killombo




Arte de tapa Killombo
Killombo es el nombre de su nuevo y primer disco solista tras un largo recorrido con Los Umbanda. “Elegí ese nombre porque es una poderosa palabra que todos decimos muchas veces, todos los días”, reconoce Gaspar Om. “Además” -continúa- “tiene significados diversos y en algunos casos muy fuertes. Por ejemplo, en África significa ‘reunión de guerreros’; en Brasil los ‘quilombos’ eran los focos de resistencia de los esclavos en la época de la colonización. El disco salió en un momento personal de mi vida en que sacar un disco solista luego de tantos años de banda, es un quilombo”.
Este material, ejecutado y producido casi íntegramente por él, se oye más prolijo y apto para todo público que sus trabajos anteriores. Gaspar admite que siempre le costó clasificar su música. Con el reggae como espíritu, se permite deambular entre géneros como el dancehall, hip-hop, cumbia latintrópica y rock latino.
Luego de una gira por la provincia de Córdoba, presentó Killombo en Niceto Club, Groove y en Uniclub, donde lució sus nuevas canciones con The Surikats backing band en la Fiesta Clandestina. Participó en diciembre pasado del show de Manu Chao en el estadio de Ferro y en febrero hizo su primera gira por territorio mexicano.


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La trilogía del Chávez
Brooklin Güiros es el tercer disco del Chávez
Brooklin Güiros es el tercer y último trabajo discográfico de Matías Chávez Méndez luego del reconocimiento obtenido por sus primeros dos cortes: Morón City Groove y Casanova Style. Según su mismo autor, este material cierra el círculo en muchos aspectos: “Siento una evolución gradual de disco a disco. Se fue puliendo el estilo y el concepto, y también se abrió el abanico hacia otras músicas y combinaciones. El cuadro hoy es más rico y profundo: si bien ya en el primer material había canciones más experimentales, ahora percibo todo más cerrado y certero. Por otro lado, el proyecto arrancó como solista y hoy funciona como banda, lo cual agrega otras miradas y elementos.

            “Mi apuesta es hacer música que sea a la vez bailable, moderna, popular y refinada”, considera. Ya estrenó el videoclip de su corte de presentación, “El Subidón”, y se espera para este mes el lanzamiento del disco físico -por ahora sólo disponible on-line-. "El Chávez" opina entusiasmado que las repercusiones fueron “cien por ciento positivas”: “Siento que hicimos un disco hermoso y que al que lo escucha le llega la magia que pudimos plasmar. Mi intención es hacer la música que tengo en la cabeza; plasmarla lo mejor que pueda y bajarla al mundo”.


            Las próximas presentaciones del Chávez serán todas en el conurbano bonaerense y planeasu regreso a Chile y México para seguir sembrando y presentando su flamante material.